sábado, 5 de diciembre de 2009

Una comida a horas intempestivas


Mis recuerdos más lejanos tienen que ver con el puerto de Castellón. Evocar mi infancia es encontrarme con barcas amarradas proa a la riba del muelle pesquero, escuchar el apagado chapoteo del agua al acariciar sus panzas de madera desgastada, ver bailotear los botes de luz atados a unas rocas un poco más allá del muelle pesquero, admirar los monstruosos barcos mercantes que había en la dársena comercial, subir a la barca de mi padre, Dolores, ese era su nombre, y de pie en la proa de aquella pequeña embarcación, soñar que soy un verdadero marinero mientras los tripulantes de la barca iban arriba y abajo por cubierta.
En aquellos años de mi infancia, estoy hablando de mediados los años sesenta del pasado siglo, en la modalidad de la pesca de arrastre se hacía una única comida a bordo, que tenía lugar allá a las dos de la tarde. El “arrossejat” era preceptivo. El “arrossejat” es un plato que consiste en hervir pescado y con el caldo preparar un arroz. Hoy este plato constituye un sabroso plato en los restaurantes. Pero antes esto sólo se comía a bordo. Hoy se ha perdido esta costumbre.
Todos los días después de recoger el primer lance, allá a las doce más o menos, el cocinero cogía un puñado de peces del montón que habían pescado y se aplicaba en preparar la comida, mientras el resto de la tripulación se afanaba en arreglar y seleccionar el pescado. Pero esto, a veces, era imposible. Era cuando las redes se enganchaban con alguna roca, o cuando habían tenido una seria avería con el motor. Estas circunstancias adversas hacían que los marineros, atentos a subsanar el problema, no habían tenido tiempo ni para comer. Y cuando iban a darse cuenta ya estaban entrando a puerto. Media tarde y sin haber comido. Pero aún era hora, aun siendo las cinco de la tarde, de ponerse a preparar un “arrossejat”. Y la marinería, en vez de irse a su casa, se quedaba en el puerto y comían allá hacia las seis de la tarde.
Aquellas jornadas eran especiales par mí, porque mi padre, si aquel día, como hacía a menudo, me veía en el muelle esperando a la barca, se alegraba y corría a decirme que si quería, podía comer con los marineros, eso sí, si aún no había merendado. Y yo entonces saltaba de alegría.
Enseguida ya veía a los marineros bajar al muelle con unas cajas de madera y las colocaban en el suelo. Estaban preparando la mesa. Al cabo de un rato, el suculento e inigualable perol con el pescado estaba encima de una caja de madera que habían colocado a modo de mesa. Las otras cajas se disponían a su alrededor y hacían las veces de asientos.
Yo recuerdo aquellas intempestivas comidas como algo mágico. Nunca mi padre había conseguido cocinar una “arrossejat” tan sabroso en casa como los que se hacían a bordo, y eso que él, a veces era el cocinero de la barca.
Mi padre me colocaba sentado encima de una caja a su lado y junto al resto de los marineros. Sin cubiertos, ni falta que hacía, con los dedos, comenzábamos a comer. Mi padre me daba una rebanada de pan y sobre ella, una araña, o una “rascassa”, o un “rafet”, y, a comer. Eso sí, mi padre no perdía de vista mis evoluciones, no fuera que me clavase alguna espina.
Después del pescado venía el arroz. El cocinero lo traía envuelto en una nube de humo. Exquisito. Sin posible comparación con nada mundano. Era un arroz de mar. No de tierra, de mar. Por eso, pensaba yo, tenía aquella condición de ser algo mágico. Mi padre, entonces me daba una cuchara, que había sacado no sé de dónde, y sin fijarme demasiado en que aquella cuchara no estaba del todo limpia, empezaba a dar cucharadas al caldero del arroz, donde confluían las cucharas de los demás comensales.
Las conversaciones de los marineros, aún agotados por la dura jornada, no iban conmigo. Ni las razones que se entrecruzaban maldiciendo la mala suerte de un día febril que no les había dejado tiempo ni para comer. Yo iba a la mía. Y me sentía uno de ellos. Y cuando ya se acababa el arroz, y levantaba la cabeza, volvía a la realidad, mientras una estrella se había dibujado en el cielo del Grao de Castellón

Amigos míos

He recibido respuestas muy variadas con respecto a la distancia en tiempo entre entrada y entrada,como no hay dos que coincidan he decidido dejar a criterio de cada uno este tema,de manera que pueden esperar un tiempo entre entrada y entrada si así lo desean o no,como ustedes se sientan más cómodos.
También abrí la posibilidad de etiquetar los post,eso también es a criterio de cada uno.Gracias amigos míos por participar en este blog,cada día los post son más bonitos estoy muy contenta con todo lo que dejamos aquí! y es porque ustedes son geniales y el blog es como ustedes!un abrazo y buen día!