viernes, 3 de diciembre de 2010

"Yo no escogí tener cáncer...!!pero puedo escoger cómo luchar contra él"

"Yo no escogí tener cáncer...!!pero puedo escoger cómo luchar contra él"
foto:corazones contra la leucemia. Fundación Josep Carreras.

Muchas veces en este blog hemos hablado de cáncer, vosotros y yo. Casi siempre las historias que se han contado y  los que habeis contestado han sido para decir que el cáncer lo habeis superado. Pero el post de hoy es diferente. Es un post que hace mucho tiempo tenia ganas de publicarlo. He tenido mucho tiempo para prepararlo, sin embargo hoy que es el gran dia se me atropellan las frases y no se seguir. Pero no me importa, no es a mi de quien vamos a hablar sino de una autentica campeona. Ella es Lucerito.

Muchas veces ella se pregunta al ver morir a alguien que padece cáncer el porqué ella si vivió y otros no, y se propone hacer cosas buenas y se esfuerza para hacer valer cada minuto que ha ganado, una muchacha a la que la vida un día sorprendió con lo inesperado, con perder la salud, y lo enfrentó con una total valentía tratando de conocer a lo que se enfrentaba (de eso somos testigos los que esperábamos sus noticias, que tan bien contaba detalladamente en su blog) y lo hizo con ganas, con espíritu de lucha, al final de este camino la enfermedad se veía muy difícil y es ahí cuando ella tomó más fuerzas y lo consiguió.
Hoy que ella está bien lleva una vida feliz, ha tomado decisiones que demuestran lo mucho que esta experiencia le ha enseñado, incluso ha elegido una nueva carrera, dejando la que estaba estudiando, y elegir la que puede ayudar a otros. No tomó como negativo este tiempo, sino que aprendió que hay un mundo que sufre y necesita del otro, Esta enfermedad hizo más grande su conciencia de que el otro está enfermo y de que solos no podemos salir adelante, de hecho necesitó de la generosidad de otro para recibir su médula , lo aprendió todo y no olvidó nada, y lo mejor es que intenta llevar ese aprendizaje a todos lados, incluido la Fundación Alfaro. Ha tomado con la máxima dedicación este compromiso e intenta llevar alivio y un mensaje de esperanza para quienes pasan esta enfermedad. Lucero, para nosotros eres un ejemplo de superación admirable.

Hoy primero de diciembre y mañana dos de diciembre se cumplen ya DOS AÑOS de mi trasplante
Te queremos mucho Lucerito!!.

lunes, 26 de abril de 2010

RECUERDOS DE UN ESCRITO....



Tenia bastante olvidado eso de participar en en los blogs, pero como dice el dicho mas vale tarde que nunca y aqui estoy,
me gustaria contar como comence a escribir, mi primer escrito o poema llamese como quiera, solo se, que para mi fue el comienzo a este mundo de letras, mi refugio en noches silenciosas, escribo lo que siento y ello es parte de mi misma.
Contaba con la edad de 10 años, por mi mente pululaban ideas de escribir,
mi sueño ser escritora poder expresar mis sentimientos y reflejarlos en un papel,
si mas dilaciones, tome unas hojas de papel cuarteadas y hasta diria yo que arrugadas,
podria serse restos de algun enborronado boceto de algo que encontre por alli tirado,
recogi de aquel cubo mugroso de basura, donde compartian espacio mi pequeño pedazo de cuartilla, alli comenzaria a escribir frases y letras unas con sentido otras no tanto, salian de mi pluma, de mi imaginacion desvocada, no podia parar de escribir, plasmar aquello que sentia, en aquellos cuarterones de hojas raidas y hasta sucias como abandonadas por el tiempo.
Aquella pluma se aferro a mis manos con ansias de sentir, de revivir lo soñado,su creacion en papel tintado de recuerdos,
Todo comenzo con un simple era se una vez una familia regida por el dolor y la hambruna,eran supervivientes de un dia a dia tedioso y oscuro...
Asi comenzaba mi primer escrito y de esto hace ya tantos años que alli quedo sumergido en mi memoria y hoy no se por que quise relatarlo...... GAVIOTA

sábado, 5 de diciembre de 2009

Una comida a horas intempestivas


Mis recuerdos más lejanos tienen que ver con el puerto de Castellón. Evocar mi infancia es encontrarme con barcas amarradas proa a la riba del muelle pesquero, escuchar el apagado chapoteo del agua al acariciar sus panzas de madera desgastada, ver bailotear los botes de luz atados a unas rocas un poco más allá del muelle pesquero, admirar los monstruosos barcos mercantes que había en la dársena comercial, subir a la barca de mi padre, Dolores, ese era su nombre, y de pie en la proa de aquella pequeña embarcación, soñar que soy un verdadero marinero mientras los tripulantes de la barca iban arriba y abajo por cubierta.
En aquellos años de mi infancia, estoy hablando de mediados los años sesenta del pasado siglo, en la modalidad de la pesca de arrastre se hacía una única comida a bordo, que tenía lugar allá a las dos de la tarde. El “arrossejat” era preceptivo. El “arrossejat” es un plato que consiste en hervir pescado y con el caldo preparar un arroz. Hoy este plato constituye un sabroso plato en los restaurantes. Pero antes esto sólo se comía a bordo. Hoy se ha perdido esta costumbre.
Todos los días después de recoger el primer lance, allá a las doce más o menos, el cocinero cogía un puñado de peces del montón que habían pescado y se aplicaba en preparar la comida, mientras el resto de la tripulación se afanaba en arreglar y seleccionar el pescado. Pero esto, a veces, era imposible. Era cuando las redes se enganchaban con alguna roca, o cuando habían tenido una seria avería con el motor. Estas circunstancias adversas hacían que los marineros, atentos a subsanar el problema, no habían tenido tiempo ni para comer. Y cuando iban a darse cuenta ya estaban entrando a puerto. Media tarde y sin haber comido. Pero aún era hora, aun siendo las cinco de la tarde, de ponerse a preparar un “arrossejat”. Y la marinería, en vez de irse a su casa, se quedaba en el puerto y comían allá hacia las seis de la tarde.
Aquellas jornadas eran especiales par mí, porque mi padre, si aquel día, como hacía a menudo, me veía en el muelle esperando a la barca, se alegraba y corría a decirme que si quería, podía comer con los marineros, eso sí, si aún no había merendado. Y yo entonces saltaba de alegría.
Enseguida ya veía a los marineros bajar al muelle con unas cajas de madera y las colocaban en el suelo. Estaban preparando la mesa. Al cabo de un rato, el suculento e inigualable perol con el pescado estaba encima de una caja de madera que habían colocado a modo de mesa. Las otras cajas se disponían a su alrededor y hacían las veces de asientos.
Yo recuerdo aquellas intempestivas comidas como algo mágico. Nunca mi padre había conseguido cocinar una “arrossejat” tan sabroso en casa como los que se hacían a bordo, y eso que él, a veces era el cocinero de la barca.
Mi padre me colocaba sentado encima de una caja a su lado y junto al resto de los marineros. Sin cubiertos, ni falta que hacía, con los dedos, comenzábamos a comer. Mi padre me daba una rebanada de pan y sobre ella, una araña, o una “rascassa”, o un “rafet”, y, a comer. Eso sí, mi padre no perdía de vista mis evoluciones, no fuera que me clavase alguna espina.
Después del pescado venía el arroz. El cocinero lo traía envuelto en una nube de humo. Exquisito. Sin posible comparación con nada mundano. Era un arroz de mar. No de tierra, de mar. Por eso, pensaba yo, tenía aquella condición de ser algo mágico. Mi padre, entonces me daba una cuchara, que había sacado no sé de dónde, y sin fijarme demasiado en que aquella cuchara no estaba del todo limpia, empezaba a dar cucharadas al caldero del arroz, donde confluían las cucharas de los demás comensales.
Las conversaciones de los marineros, aún agotados por la dura jornada, no iban conmigo. Ni las razones que se entrecruzaban maldiciendo la mala suerte de un día febril que no les había dejado tiempo ni para comer. Yo iba a la mía. Y me sentía uno de ellos. Y cuando ya se acababa el arroz, y levantaba la cabeza, volvía a la realidad, mientras una estrella se había dibujado en el cielo del Grao de Castellón

lunes, 9 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA QUE ES IMAGEN

Queridos todos. He leído la entrada anterior y me ha provocado. Voy a contaros una historia; la historia de una persona de la cual, la fotografía más antigua que conservo es la la de su comunión.
Mi madre vivía en el Ayuntamiento de la ciudad con sus ocho hermanos y sus padres. Casi al finaizar la Guerra Civil, el ayuntamiento se desalojó de sus anteriores habitantes y lo tomaros miembros de las fuerzas que iban ganando. Los que vivían allí, funcionarios, trabajadores y algunos cargos mandatarios fueron alojados en el edificio del Casino de la misma ciudad en espera de ser trasladados más al sur. Hablamos del invierno de 1935. Un día, durante esa espera, se oyeron fuertes voces en la calle. Muchos soldados republicanos retrocedían y se dirigían a su ciudad de origen algunos, otros simplemente más al sur. Entre ellos iba mi tío Manolo, tenía 17 años. Llevaba los pies ensangrentados y envueltos con trapos; estaba en los huesos y su uniforme era un puro andrajo. Mis abuelos le tuvieron en casa unos días pero la conciencia de mi abuelo, pese a que la Guerra estaba a punto de finalizar, le obligó a presentar de nuevo a su hijo al frente. Mi abuela quería ocultarle en el pueblo pero ls honradez de mi abuelo ganó. Nunca volvió. MALDITAS GUERRAS Y MALDITOS SEAN QUIENES GANAN CON ELLAS.

sábado, 3 de octubre de 2009

EN PARADERO DESCONOCIDO



A María del Carmen que supo conmover mi alma infantil y que algún día me contará el final de la historia



Sentada junto a María del Carmen, en una improvisada banqueta, sostenía en mi mano izquierda la labor mientras con la derecha perforaba la tela una y otra vez con la hebra roja marcando en la blancura un riachuelo de sangre retorcido. La buena de María del Carmen levantaba la palanca que subía la aguja de la máquina de coser y colocaba cuidadosamente la tela debajo para aplastarla suavemente, luego con los pies sobre el pedal metálico y dando vueltas con la mano a la rueda que giraba la cinta hacía crujir la máquina para repetir nuevamente la operación al minuto siguiente.
La costura y las historias tejían la tarde otoñal. Afuera llovía y los transeúntes se quitaban los zapatos para adentrarse en el río que la calle descendente había formado y mantener su mejor calzado ileso. María del Carmen, una artista con las manos, lograba transformar informes retales de tela en pulcros vestidos cosidos con minuciosidad y esmero, todo aderezado con el don de contar historias que también poseía. Era capaz de dar volumen a sus relatos punteados con la parsimonia propia de los perfeccionistas, logrando capturar mi incipiente atención.
Eran historias de guerra y posguerra en un pueblo del norte, de hambres y soledades, de escaseces y contrastes. Pero, entre todas ellas, había una que por encima de las otras conmovía mi alma.
María del Carmen había nacido en aquel pueblecillo castigado del norte donde una vez el fiero volcán sacando su lengua de fuego había devorado el pueblo de un lengüetazo. Contaba que lo primero que había desaparecido era la calle de mármol construida para uso exclusivo de ricos y poderosos, proclamando así del carácter democrático de la erupción. Y tenía razón, porque los desastres naturales nos demuestran continuamente lo que realmente somos y, en el caso que nos ocupa, todos los habitantes de la villa sintieron por igual al calor de la lava.
Relato a relato iba dibujando en mi mente la estructura de aquel pueblo resurgido del áspero malpaís con sus iglesias, conventos y calles por las que seguí la narración persiguiendo a personajes cada vez más familiares cuyos andares llegué a reconocer. Entre ellos, su padre, el carpintero protagonista de la historia que un día me sacudió el alma.
María del Carmen, la mayor de tres hermanas, estaba muy unida a su padre, un carpintero del pueblo de gran bondad y habilidad en su oficio. Por algún motivo que desconozco, probablemente la acusación de algún infame, el pobre hombre fue apresado durante la Guerra Civil y encerrado en la prisión de Fyffes, una cárcel improvisada en los depósitos de una compañía de exportación de plátanos en Santa Cruz de Tenerife. Recordaba sus visitas de niña de la mano de su madre, sus tristes encuentros y la magia de las cestitas de miga de pan que su padre le regalaba en esas ocasiones.
Desde mi perspectiva podía entender la situación. Esa parte de la historia me recordaba algún cuento en el que el papá desaparece y llega la miseria. Aunque siempre en el vuelco al final presenciaba el emotivo encuentro entre los miembros de la familia y el posterior banquete con perdices.
La historia, sin embargo, se adentraba en el insondable misterio cuando al pobre carpintero le dieron la posibilidad de aspirar a la libertad a cambio de alistarse en la División Azul encargada de apoyar a los alemanes en el frente oriental contra la Unión Soviética. Cansado del horror y la desesperanza, el buen hombre decide alistarse y parte hacia un infierno de muerte y hielo en 1942.
Llegaron cartas, probablemente escritas por otros, con las habituales fórmulas de encabezamiento y despedida, alguna foto de rostros con sonrisas fingidas, descripciones de lugares, algún nombre familiar y la frase: ‘estoy bien, gracias a Dios’. La familia esperaba.
Pasaron meses de soledad a la espera de noticias. Pasaron más meses que, poco a poco, se transformaron en años. A la vuelta de algún compañero, le piden información y se enteran de que el carpintero sigue vivo después de la contienda, que se le vió por última vez en la cuneta de una autopista alemana con un cartel en la mano con la ciudad de destino garabateada en él. Pero la temporal felicidad no logra parar el tiempo que vuelve a llenarse de días, meses, años de soledad.
Llega entonces la comunicación oficial: ‘Se encuentra en paradero desconocido’. María del Carmen repetía la frase tal cual cada vez que le preguntaban por su padre, ‘está en paradero desconocido’. Me lo decía con la tranquilidad y la distancia de los años y yo lo recibía con la inmediatez y vitalidad de la infancia.
Poco sabía yo entonces de adioses, de que las personas se iban pronto, casi sin despedirse, para no volver y no comprendía cómo aquella buena mujer podía seguir colocando la tela bajo la aguja mientras me contaba aquella historia lejana que nunca había encontrado el final.
Yo, en mi mente, organizaba expediciones a lejanos países en su busca. Me proponía devolver a aquella niña de ojos azules aquel padre que con tanto amor le había hecho los humildes regalos en las más precarias condiciones. Lo veía de pie junto a la carretera moviendo el cartel en el aire. ¿A dónde iba? Quizás creó una nueva familia rubia con una nueva mujer y, quién sabe si una nueva identidad, o tal vez cayó, como tantos otros, en suelo desconocido dejando un hueco que sólo se ha cerrado cuando el tiempo se ha encargado de hacer su existencia incompatible con la vida.

Sinkuenta

lunes, 21 de septiembre de 2009

Ruidos de motores en la noche




La casa donde yo vivía de pequeño en el “Grupo los Ángeles”, en el Grao de Castellón, estaba cerca del puerto. Puede ser que más cerca de lo que está hoy. Aunque esto último requiera un pequeño ejercicio de imaginación. Y es que antes, en la época en la que yo era pequeño, en los años sesenta del pasado siglo, entre “el grupo” y el puerto no había ningún descomunal edificio que tapara los murmullos del mar. Y por las calles, vacías de coches aparcados, sólo muy de tarde en tarde algún ruido mecánico de un coche al pasar enturbiaba aquel familiar silencio. Desde mi casa se oía la mar y el rumor confuso del puerto.
A veces era “la sirena”. Un silbido largo y estruendoso que parecía el gemido de un gran animal. Era la sirena del puerto que anunciaba a los trabajadores portuarios que se había acabado el turno. Mi madre, que nunca ha tenido por costumbre llevar reloj de pulsera, cuando la oía, de forma rutinaria sentenciaba “¡Las dos!”. La sirena volvía a sonar a lo largo del día otras veces, pero ésta era la más significativa, porque anunciaba la hora de comer, y si la comida por el motivo que fuera no estaba aún lista, este prolongado alarido mecánico venía a poner prisas e intranquilidad en mi madre. La verdad es que durante muchos años el sonido de la sirena marcaba de alguna manera el ritmo de vida de mi casa.
Los graueros de aquel tiempo estábamos hechos a los ruidos que provenían del puerto. Sobre todo los que procedían del muelle mercante.
Nos eran familiares los pitidos de los barcos. Llegábamos a conocer la naturaleza de dichos pitidos. Si era porque el barco solicitaba salir del puerto, si era que iba a atracar… También nos llegaban claros los chirridos de las grúas, los ruidos de los motores de los camiones… así como miles de indeterminados golpeteos que ni siquiera acertábamos a conocer sus causas.
Pero de entre todos los sonidos que llegaban del puerto, el más cálido, el más acogedor, pero el más inequívoco, surgía por la noche. Alrededor de las seis de la madrugada. En medio de la noche invernal, negra y gélida. O en la alborada fresca y gris de los largos días veraniegos.
Eran las barcas de arrastre que salían del puerto.
Al romper el alba si era verano, o en plena noche en invierno, todas las barcas que iban al arrastre ponían en marcha sus motores.
Normalmente estos ruidos pasaban desapercibidos para mí porque a estas horas estaba durmiendo, pero si algún día, por la razón que fuere, a aquellas intempestivas horas el sueño me fuera esquivo, podía oírse tan claro como unos tambores lejanos la violencia con que el motor expulsaba el humo por la chimenea de las barcas.
Yo, tremendamente complacido, escuchaba el pausado y apagado repiqueteo nocturno proveniente del puerto que llenaba mi habitación en penumbra de brillantes imágenes sonoras que me arrullaban en busca del sueño. Las saboreaba con delectación y sin prisa, arrebujándome entre las sábanas de mi cama.
Los ojos cerrados, buscando plácidamente volver a encontrarme otra vez con la infinita paz del sueño perdido, la imaginación hacía que en mi mente cobraran forma cada uno de esos rítmicos sonidos: taf-taf, taf-taf, taf-taf…
…este será el motor de la Blanes, la barca de mi tío Facundo, en la que mi tío Manuel, era el patrón, y mi tío Gabrielet, el motorista… este otro será el de la Matilde Teresa, donde mi tío Antoniet era el patrón… o sería la barca de mi tío Pepito, que mandaba “El Joven María”… o sería el San Facundo, la barca de mi tío Juan Antonio, donde iban embarcados sus hijos, mi tío Juanito de patrón, y mi tío Andresín de motorista; y ya por último, quería pensar que se tratara de la Dolores, nuestra barca, donde mi tío Antonio, iba de patrón, y mi padre, de motorista.
Todas salían en medio de la noche hacía alta mar. A pescar. Todo el día pescando. No volverían hasta la tarde. Y yo, como si formaran parte de un sueño, las veía dejar atrás el faro.
Somnoliento, veía en un velado duermevela a las barcas desparramarse en todas direcciones frente a la bocana del puerto con su parsimonioso “taf-taf, taf-taf, taf-taf…” de sus vigorosos y despiertos motores…
…Y según las barcas se iban adentrando en el proceloso mar, sus voces mecánicas se iban diluyendo suavemente hasta esfumarse y quedar en nada. Y entonces, el sueño, esquivo y débil hasta ahora, se tornaba tranquilo y firme. Tremendamente ufano, me abrazaba sin fuerza a las sábanas, que me acariciaban con complicidad, y acogían mi sueño recordando aún el ruido de los motores en medio de la noche.

martes, 8 de septiembre de 2009

La Cumbrecita































La Cumbrecita es una pequeña localidad situada en un recóndito lugar de la Sierra Grande, accesible exclusivamente a través de un camino de ripio de 45km generalmente bien mantenido. El estilo de sus construcciones es alpino, con hoteles escondidos en medio de bosques de coníferas y senderos de montaña. El cuadro de bucólico paisaje suizo se completa en invierno, con las nevadas habituales.
Pueblo Peatonal: Desde el 9 de Julio de 1996, no se permite el ingreso de vehículos a la zona céntrica, y se considera todo el pueblo como zona de protección ambiental.

Historia: Hacia 1934, el doctor Helmut Cabjolsky construyó un alojamiento para sus familiares europeos, que con el transcurso de los años se convertiría en el actual Hotel La Cumbrecita. Sus parientes desarrollaron un vivero que dio origen a las plantaciones de pinos que hay por la zona.

Nosotros visitamos la Cumbrecita el fin de semana largo del 15,16,17 de Agosto es un lugar maravilloso, con mi esposo le decimos el bosque encantado.
Llegamos hasta la cabaña dejamos el coche y lo volvimos a usar el día del retorno a nuestra ciudad. Es un pueblo peatonal con senderos naturales son subidas y bajadas en la montaña, estas son algunas de las fotos sacadas en ese lugar maravilloso y mágico de Córdoba.
Espero les guste, saludos cordiales desde San Nicolás de los arroyos.

Amigos míos

He recibido respuestas muy variadas con respecto a la distancia en tiempo entre entrada y entrada,como no hay dos que coincidan he decidido dejar a criterio de cada uno este tema,de manera que pueden esperar un tiempo entre entrada y entrada si así lo desean o no,como ustedes se sientan más cómodos.
También abrí la posibilidad de etiquetar los post,eso también es a criterio de cada uno.Gracias amigos míos por participar en este blog,cada día los post son más bonitos estoy muy contenta con todo lo que dejamos aquí! y es porque ustedes son geniales y el blog es como ustedes!un abrazo y buen día!