Por una vereda marchaba “Canelo”.
¡Ay, cómo gemía aquel pobre perro!
Trotando en la busca de carne y de hueso
meneaba el rabo y hocicaba el suelo.
Hasta sus orejas -que erizaba tensas-
llegó un silbido largo y prolongado.
¡Otra vez su amo le estaba llamando!
Yugo de obediencia urgía en sus venas.
Llevaba también el estrago de gritos y golpes
sobre sus entrañas, sobre sus costados.
Y temblando, el rabo guardó entre sus patas,
agachó la noble y hermosa cabeza,
y se fue acercando.
El miedo le hacía cada vez más torpe,
más lento y hundido, humillado y pobre.
Pero, en un suspiro, todo dio la vuelta:
Primero, el olor a espliego; y luego, las rubias coletas,
las manos de flores, los pies de gacela,
salían a su encuentro, con palabras buenas.
Levantó sus ojos e izó las orejas
y haciendo cabriolas llegó hasta su vera.
Supo entonces Canelo que no era la carne escasa
ni el agua sin tierra, dentro de la lata.
Ni el rincón tranquilo, cerca de la lumbre
lo que le apresaba en tal servidumbre.
Alcalá de Henares, 20 de Agosto de 2009
Texto e imágenes de Franziska, alias Raitán