lunes, 21 de septiembre de 2009

Ruidos de motores en la noche




La casa donde yo vivía de pequeño en el “Grupo los Ángeles”, en el Grao de Castellón, estaba cerca del puerto. Puede ser que más cerca de lo que está hoy. Aunque esto último requiera un pequeño ejercicio de imaginación. Y es que antes, en la época en la que yo era pequeño, en los años sesenta del pasado siglo, entre “el grupo” y el puerto no había ningún descomunal edificio que tapara los murmullos del mar. Y por las calles, vacías de coches aparcados, sólo muy de tarde en tarde algún ruido mecánico de un coche al pasar enturbiaba aquel familiar silencio. Desde mi casa se oía la mar y el rumor confuso del puerto.
A veces era “la sirena”. Un silbido largo y estruendoso que parecía el gemido de un gran animal. Era la sirena del puerto que anunciaba a los trabajadores portuarios que se había acabado el turno. Mi madre, que nunca ha tenido por costumbre llevar reloj de pulsera, cuando la oía, de forma rutinaria sentenciaba “¡Las dos!”. La sirena volvía a sonar a lo largo del día otras veces, pero ésta era la más significativa, porque anunciaba la hora de comer, y si la comida por el motivo que fuera no estaba aún lista, este prolongado alarido mecánico venía a poner prisas e intranquilidad en mi madre. La verdad es que durante muchos años el sonido de la sirena marcaba de alguna manera el ritmo de vida de mi casa.
Los graueros de aquel tiempo estábamos hechos a los ruidos que provenían del puerto. Sobre todo los que procedían del muelle mercante.
Nos eran familiares los pitidos de los barcos. Llegábamos a conocer la naturaleza de dichos pitidos. Si era porque el barco solicitaba salir del puerto, si era que iba a atracar… También nos llegaban claros los chirridos de las grúas, los ruidos de los motores de los camiones… así como miles de indeterminados golpeteos que ni siquiera acertábamos a conocer sus causas.
Pero de entre todos los sonidos que llegaban del puerto, el más cálido, el más acogedor, pero el más inequívoco, surgía por la noche. Alrededor de las seis de la madrugada. En medio de la noche invernal, negra y gélida. O en la alborada fresca y gris de los largos días veraniegos.
Eran las barcas de arrastre que salían del puerto.
Al romper el alba si era verano, o en plena noche en invierno, todas las barcas que iban al arrastre ponían en marcha sus motores.
Normalmente estos ruidos pasaban desapercibidos para mí porque a estas horas estaba durmiendo, pero si algún día, por la razón que fuere, a aquellas intempestivas horas el sueño me fuera esquivo, podía oírse tan claro como unos tambores lejanos la violencia con que el motor expulsaba el humo por la chimenea de las barcas.
Yo, tremendamente complacido, escuchaba el pausado y apagado repiqueteo nocturno proveniente del puerto que llenaba mi habitación en penumbra de brillantes imágenes sonoras que me arrullaban en busca del sueño. Las saboreaba con delectación y sin prisa, arrebujándome entre las sábanas de mi cama.
Los ojos cerrados, buscando plácidamente volver a encontrarme otra vez con la infinita paz del sueño perdido, la imaginación hacía que en mi mente cobraran forma cada uno de esos rítmicos sonidos: taf-taf, taf-taf, taf-taf…
…este será el motor de la Blanes, la barca de mi tío Facundo, en la que mi tío Manuel, era el patrón, y mi tío Gabrielet, el motorista… este otro será el de la Matilde Teresa, donde mi tío Antoniet era el patrón… o sería la barca de mi tío Pepito, que mandaba “El Joven María”… o sería el San Facundo, la barca de mi tío Juan Antonio, donde iban embarcados sus hijos, mi tío Juanito de patrón, y mi tío Andresín de motorista; y ya por último, quería pensar que se tratara de la Dolores, nuestra barca, donde mi tío Antonio, iba de patrón, y mi padre, de motorista.
Todas salían en medio de la noche hacía alta mar. A pescar. Todo el día pescando. No volverían hasta la tarde. Y yo, como si formaran parte de un sueño, las veía dejar atrás el faro.
Somnoliento, veía en un velado duermevela a las barcas desparramarse en todas direcciones frente a la bocana del puerto con su parsimonioso “taf-taf, taf-taf, taf-taf…” de sus vigorosos y despiertos motores…
…Y según las barcas se iban adentrando en el proceloso mar, sus voces mecánicas se iban diluyendo suavemente hasta esfumarse y quedar en nada. Y entonces, el sueño, esquivo y débil hasta ahora, se tornaba tranquilo y firme. Tremendamente ufano, me abrazaba sin fuerza a las sábanas, que me acariciaban con complicidad, y acogían mi sueño recordando aún el ruido de los motores en medio de la noche.

8 comentarios:

Hada Isol ♥ dijo...

Miguel siempre me encantó el modo en que escribes,cuando me describes algo me trasnportas tan graficamente,con letras tan sensoriales que tengo la idea de haber estado allí,me atrapa lo que escribes de principio a fin.
Este relato de tu infancia es así,casi puedo ver tu madre apurando la comida cuando sonaba la sirena de las dos! todos los ruidos nocturnos y diurnos que defines,y yo que soy ajena a ese entrono,que lo desconozco por completo me siento cercana al puerto y sus movimientos,me ha encantado,mi imaginación fué lejos,tre felicito por el relato y más por tus recuerdos,un abrazo amigo y dale otro a Marta de mi parte.
Isol

Alondra dijo...

Un autor me gusta, cuando describe de forma que me hace sentir parte del paisaje...
Escuché la sirena y recordé a mi abuela que contaba el tiempo por las campanas de la iglesia, no tenía reloj, ni falta que le hacía.
¡Hermoso recuerdo!

JUAN ROSHBALAM CHILAM dijo...

MI TIEMPO SE AGOTA....ya casi no escucho las campanas de la Iglesia, el sol muere en la tarde, la luna no da brillo, las estrellas palidecen.
Mi tiempo se agota....el paso de los años empiezan empiezan a surcar mi rostro....los ojos se me nublan.
EL PASO DEL TIEMPO...cuánto duele!
Amor y paz.

Miguel dijo...

Isol: Ante todo gracias por tus palabras... pero el motivo de este comentario es que no sé qué pasa que no puedo entrar en tu blog. Cuando pincho en "Isol" me sale una página que me dice que no se puede mostrar. Espero que sean cosas de internet y que pronto se arregle.

tia elsa dijo...

Precioso relato con todas las percepciones de los sonidos. Te leo y recuerdo mi infancia cerca del ferrocarril y sus talleres dónde también sonaba varias veces al día la sirena anunciando el camibo de turnos, la más larga era la de las seis de la mañana y al igual que tu me sentia feliz de estar entre las sábanas porque todavía me quedaba una hora para dormir. Excelente tu relato, mis felicitaciones, tía Elsa.

Anónimo dijo...

Los recuerdos son el medio que usamos para volver a vivir algo que nos gustó. Preciosa narración.
Enhorabuena.

Jayja para tí... dijo...

me encanta ser esa persona entre esas sábanas y entregado al placer del sue´no, suena tan bien...

MA dijo...

Un gusto leer tus escritos .Un abrazo de MA desde Granada .

Amigos míos

He recibido respuestas muy variadas con respecto a la distancia en tiempo entre entrada y entrada,como no hay dos que coincidan he decidido dejar a criterio de cada uno este tema,de manera que pueden esperar un tiempo entre entrada y entrada si así lo desean o no,como ustedes se sientan más cómodos.
También abrí la posibilidad de etiquetar los post,eso también es a criterio de cada uno.Gracias amigos míos por participar en este blog,cada día los post son más bonitos estoy muy contenta con todo lo que dejamos aquí! y es porque ustedes son geniales y el blog es como ustedes!un abrazo y buen día!